El Misterio de Marcela y Grisóstomo en El Quijote
La función del episodio de Marcela y Grisóstomo
(Don Quijote, I, 12-14)
Ha habido muchos estudios dedicados al episodio de Marcela y Gri- sóstomo, algunos de ellos muy llamativos e informativos1. Hablan del sim- bolismo, drama, parodia, retórica, caracterización, causa de muerte y pa- ralelismo con La Galatea, para enumerar sólo una sección de los temas, pero ninguna de estas contribuciones eruditas ha intentado explicar el por- qué del episodio. ¿Por qué está incluido? ¿Cuál es su función dentro de la obra?
El profesor Geoffrey Stagg en su famoso artículo publicado en 1959 y el profesor Roberto M. Flores veinte años más tarde2, han sugerido, con razonamiento tanto ingenioso como fascinante, que el episodio de Mar- cela y Grisóstomo parece haberse transplantado de los capítulos que tie- nen que ver con lo que pasa en la Sierra Morena, es decir, el episodio de Marcela debe de haberse terminado originalmente, según ellos, en el ca- pítulo 25 en vez del 14 donde hoy se queda. Pero ni Stagg ni Flores pro- pusieron por qué se efectuó tal traslado. Nosotros tenemos que suponer que si un artista cambia su obra, ha de tener razones artísticas fuertes, o si no fuertes, al menos lógicas. Las tachaduras en los manuscritos de Beethoven revelan muchos vaivenes, muchas correcciones, mientras se esfor- zaba hacia su solución musical que hoy conocemos. Al examinar los va- rios borradores de un artista literario, vemos un sinnúmero de cambios antes de tomar la obra su forma final. El autor siempre tendrá buenas ra- zones para cada uno de los cambios, si no, no habría hecho tales cambios.
¿Cuáles fueron las razones de Cervantes para colocar el episodio de Marcela y Grisóstomo donde está? Si lo trasladó de la sección de la Sierra Morena —y de ello no estoy totalmente convencido—, ¿cuáles fueron sus razones para ponerlo en los capítulos 12 a 14? ¿Por qué no trasladarlo al capítulo 31 o 46? ¿Por qué precisamente en el 12 a 14? Otra pregunta re- lacionada con la anterior: Si el episodio de Marcela originalmente fue es- crito para ser colocado en la Sierra Morena, ¿por qué no estuvo Cervantes satisfecho con su elección primitiva? O, mejor dicho, ¿hay una razón artística por la cual el episodio fue incluido? ¿No sería el Quijote tan ca- bal y tan entero, o tal^vez más cabal y más entero si se hubiera eliminado por completo este episodio, como;lo hizo Walter Starkie en su traducción abreviada del año 1957?
Mi propósito aquí es demostrar que el episodio de Marcela y Grisós- tomo sirve para adelantar de una manera decisiva el desarrollo de Don Quijote como personaje, y que sólo podía efectuarse en los capítulos 12 a 14, es decir, que el episodio de Marcela en cualquier otro lugar no ten- dría el mismo efecto.
Para comprender la función de este episodio tal como lo voy proponiendo, hay que volver al discurso sobre la Edad de Oro que se lee en el capítulo 11, es decir, un capítulo antes. En este discurso, hay seiscientas cuarenta y dos palabras, y consta de tres secciones. La primera sección es la introducción, de doscientas cuarenta y ocho palabras. En ella, dice don Quijote que la Edad de Oro era dorada no porque se estimaba tanto el oro, sino que el mundo no conocía la diferencia entre tuyo y mío, que la comida no solamente abundaba, sino que era gratuita también —las en- cinas daban sus bellotas, los ríos daban agua, y las discretas abejas ofre- cían miel. También gratuita era la materia para construir casas, dada por los alcornoques, que don Quijote nos informa, son tanto «valientes» como «corteses»; características de los caballeros andantes. Durante aquella edad dorada no se necesitaban caballeros andantes, así lo implica don Quijote, porque todo era paz, todo amistad, todo concordia. Y ¿cuándo tuvo lu- gar esta Edad de Oro? Dice don Quijote que fue antes de la invención del arado. En Europa, el arado se inventó durante la edad de bronce, que comenzó alrededor del año 3500 a. C. De modo que esta Edad de Oro debió de concluir hacia mediados del milenio IV a. C, es decir, habrían transcurrido unos 5000 años entre la invención del arado y el discurso so- bre la Edad de Oro. Por supuesto, habría de pasar mucho tiempo en el mundo real entre la invención del arado y la aparición de los caba- lleros andantes pero es éste tema de otro estudio.
La segunda parte del discurso ocupa trescientas palabras, casi la mitad de las seiscientas cuarenta y dos del discurso. En esta sección se compara la Edad de Oro, punto por punto, con nuestra (es decir, la de don Qui- jote) Edad de Hierro.
En los comienzos de esta sección se nos dice que, en la Edad de Oro, las simples y hermosas zagalas podían andar de valle en valle y de otero en otero en la trenza y en cabello, vestidas sencillamente, a diferencia de ahora, cuando se visten las cortesanas pomposamente. También afirma que se escribían versos de un modo sencillo, sin el articifioso rodeo de palabras que suelen usar los poetas actuales.
En la Edad de Oro, por lo tanto, la verdad, la sinceridad y la justicia eran puras, muy a diferencia de lo que pasa en la Edad de Hierro. No se necesitaban jueces, y por eso no había ninguna de las leyes arbitrarias que hay hoy. Al llegar aquí en su discurso, vuelve don Quijote al tema de la mujer errante. Las doncellas podían andar por dondequiera, sin temor y a solas. Ahora, en nuestra detestable Edad de Hierro, ninguna está segura «aunque le oculte y cierre otro nuevo laberinto como el de Creta».
Ahora bien, en la segunda sección del discurso, emplea don Quijote solamente noventa palabras para despachar a la verdad, la sinceridad, el engaño, el fraude, la justicia y la perversión de la justicia, y el paso de una sociedad sin necesidad de leyes hacia la sociedad moderna con leyes ar- bitrarias. Las doscientas diez palabras restantes de la sección —es decir un 70 por 100 de la misma— se dedican a las doncellas y cómo solían errar libremente y con total seguridad, pero actualmente no lo pueden ha- cer en ningún sitio.
La última sección —la conclusión— del discurso sobre la Edad de Oro, consta solamente de ciento dos palabras. En ella, don Quijote enumera las razones que explican cómo se instituyó la orden de los caballeros an- dantes a.medida que iba creciendo la malicia en el mundo.
Puesto que el setenta por ciento de la sección más importante del dis- curso se dedica a las doncellas, no es de sorprender —en efecto, ya lo es- perábamos— que don Quijote dijera que la primera razón que causó la institución de la caballería andante fue la defensa de las doncellas. Tam- bién dice que se inició la orden de la caballería para amparar a las viudas, socorrer a los huérfanos y a los menesterosos; ninguno de los cuales ha- bía sido mencionado antes en el discurso.
Así es que lo más importante del discurso, y sigo insistiendo en ello, es que en nuestra Edad de Hierro, las doncellas ya no pueden errar seT guras de valle en valle, y la razón principal para que se haya iniciado la caballería andante fue amparar a las doncellas, precisamente a las que quie- ren andar libremente por el bosque.
Ahora bien, dos páginas más adelante, en el comienzo del capítulo doce, se cuenta la trágica historia de Grisóstomo, el joven rico desespe- rado que se suicidó a causa de Marcela, la cual decidió hacerse pastora para errar por donde quisiera con su rebaño, para vivir en libertad e in- dependencia. Se afirma también que ella misma, sin ayuda ajena, guarda su honestidad con tanta vigilancia que ninguno de sus múltiples preten- dientes ha tenido la menor esperanza de ver satisfecho su deseo amoroso.
Durante el entierro, la misma Marcela hace acto de presencia y sostie- ne firmemente que no es suya la responsabilidad por la muerte de Gri- sóstomo, y declara que había nacido para vivir libremente en el campo y en la sierra. Luego, ella se va al bosque para nunca más volver y para vi- vir a solas allí.
Ahora bien, según el discurso de don Quijote sobre la Edad de Hierro, ninguna doncella puede andar en libertad en esta nuestra Edad de Hierro, y ésta es la razón principal por la que son necesarios los caballeros an- dantes en el mundo. Sin embargo, muy poco tiempo después, tanto no- sotros como don Quijote, conocemos precisamente a una doncella que vive libremente y sin peligro, en total libertad, su honestidad intacta, en- tre una multitud de pretendientes serios y ávidos.
Si la mejor justificación de la existencia de caballeros andantes, si la mejor justificación de la existencia de Don Quijote en su papel de caba- llero andante —como él mismo acaba de declarar— es para amparar a las doncellas, las cuales todas son vulnerables, y luego la primera doncella con quien topa don Quijote puede perfectamente cuidar de sí misma y de su honra, ¿no indica todo esto que los caballeros andantes no hacen nin- gún papel significativo en el mundo? El episodio de Marcela y Grisósto- mo necesariamente sigue inmediatamente al discurso de la Edad de Oro para advertir tanto a don Quijote como a los lectores que don Quijote no desempeña ningún papel necesario en el mundo, que las doncellas no necesitan ayuda de su parte y pueden defenderse perfectamente.
El hecho de que no lo reconozca así en el acto don Quijote es pura tontería. Que él siga creyendo que su oficio es válido y que sus servicios son necesarios en el mundo es locura. Et voilá! Sólo un loco continuaría en una empresa que se ha demostrado se basa en una premisa absoluta- mente falsa. Y puesto que estaba loco, continuó su aventura caballeresca, aun después de que el significado del episodio de Marcela no logró ha- cerle ver que la doncella honesta podía de hecho andar libremente, y por eso los caballeros andantes ya no tenían función en el mundo. Como resultado de su fracaso en no darse cuenta de ello, vemos el daño y la des- trucción, el dolor y la tristeza que deja don Quijote en pos de sí a través de la obra.
La yuxtaposición del episodio con el discurso de la Edad de Oro, pues, serviría para indicar que don Quijote, y todos los caballeres andantes (de los cuales, naturalmente, sólo existía él) no eran necesarios en el mundo. Habiéndose colocado precisamente donde está, sirve para demostrar la lo- cura de don Quijote. Si fuera puesto en cualquier otro sitio, por ejemplo en el episodio de la Sierra Morena, ya no tendría la fuerza que tiene, y si fuera eliminado por completo, el lector no quedaría tan seguro de lo dé- bil que era la mente de don Quijote.
University of Delaware
THOMAS A. LATHROP